jueves, 11 de enero de 2024

Marlon Zelaya el estudiante de arquitectura, en la memoria de su compañero Mario Herrera.

 

Dicen que el pasado y el futuro no existen, lo que existe es el momento presente. Habiendo dicho eso, diré algo del pasado.

Cuando entramos a la Universidad en 1981, entramos después de la alfabetización, y ingresamos a una institución que recomenzaba en su liderar educativo después de una guerra, de la victoria y de la salida de muchos profesores que no regresaron porque si no salían del país, salían hacia otras instituciones a dirigir los cambios revolucionarios. Especialmente en arquitectura donde al ser una escuela de minorías y dirigida hacia el sistema tradicional se encontraba ante un cambio radical y muy limitado de recursos humanos.

La UNAN Managua pasaba de ser un reducto de la autonomía universitaria, de una zona libre, de refugio, centro de operaciones y subversión en contra de la dictadura, a una zona de liberación educadora.

Digo “entramos” como grupo, como generación que salía de las secundarias y la Universidad se abría como nunca en capacidad y diversidad. Mi bachillerato fue una promoción difícil, es más nos llamamos 79-80, dual por la guerra que nos hizo terminar el bachillerato en dos años calendarios. Esto sucedió igual para la promoción del 78 que ingresaron en el 79 y volvieron a reingresar en el 80.

La escuela de Arquitectura de la UNAN en aquellos años como muchas escuelas alrededor del mundo, tendía a ser un cultivo de ideas, de planteamientos y posiciones alrededor de la enseñanza, de la idea del arquitecto como artista-ingeniero, más que tecnócratas atrae a una comunidad estudiantil con sensibilidad artística, humanista, ambientalista o sea progresista, por la mayor parte. Es decir, puede ser una carrera muy linda, con gente muy linda.

Inevitablemente ante el vacío dejado por los catedráticos y el entusiasmo por la revolución Sandinista en el continente, la escuela recibió una colección amplia, increíble de profesionales extranjeros, arquitectos educadores de izquierda de Perú, Chile, Méjico, Guatemala, Uruguay, entre otros países y por supuesto jóvenes profesionales nicaragüenses que abrazaban por demás una mentalidad progresista, entre ellos algunos hippies y personajes iconoclastas. Yo bromeaba en ese entonces que teníamos en la escuela desde el sendero luminoso hasta el trokismo mejicano, era como una torre de babel.

Como alumnos éramos una colección de estudiantes de todas las regiones del país, algunos excombatientes urbanos, clase media, clase trabajadora, muy pocos de clases acomodadas o grandes apellidos, pero en general una juventud abierta a los cambios que proclamaba la revolución, fascinada por la novedad de las ideas y las discusiones, la historia del arte, el diseño y las prácticas de perspectiva, dibujo y composición.

Con la llegada de la revolución, en las aulas recibíamos las clases de materialismo histórico y dialéctico. Las leyes de la negación de la negación, los cambios cuantitativos en cambios cualitativos. En los pasillos, discutíamos el manifiesto comunista, la internacional, hacíamos círculo de estudio con aquel inquietante escrito de Federico Engels “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”. Y cómo discutíamos largamente los planteamientos subversivos de como la mano del mono se convirtió en aquella mano de DaVinci, gracias a la elaboración de herramientas para cazar. Porque inexorablemente la materia evoluciona de estadios primitivos a estadios superiores, ¿verdad? Y en los talleres de arquitectura debatíamos en cómo la producción arquitectónica reflejaba los modos de producción. O sea, la revolución nos llevó aquella frase de “desflogistizar el mundo”, quitarle el velo de quimera a las cosas y verlas en su verdadera dimensión, desflogistizar es descartar lo obsoleto, reemplazar las teorías antiguas por las nuevas. Así pensábamos, así asumíamos el cambio, abrazábamos teorías y nos preparábamos para una praxis.

En esas discusiones de pasillo, en esa transformación pujante que se enhebraba rondaba Marlon Zelaya. Jinotegano, combatiente del frente sur, aspirante a arquitecto ingresado en 78-79, y partícipe activo en multitud de tareas con aquella prisa y urgencia tan de triunfo, en los salones de arquitectura al otro lado del puente o en las organizaciones de recinto alrededor del CUUN, la radio Universidad, el auditorio doce. Y Marlon tenía tiempo para trabajar en sus diseños, agarrar aquellos pliegos de “papel de envolver” que muchas veces suplantaban el albanene o el papel cebolla, el carboncillo y los lápices mecánicos que reemplazaban la tinta china y las plumillas leroys, y ejercitaba su mano alzada en vez de la regla T y los triángulos. En vez de diseñar el chalet en la playa o el hotel de montaña, nos asignaban diseñar el Centro Popular de Cultura o la Tienda Popular, el Hospital Regional y el Parque Industrial. Y como era tradición en arquitectura en aquellos años llegaba a instalarse por días y noches en aquellos interminables trabajos de diseños finales con termos de café y aquellas pastillas Vigilex, para mantenerse despierto hasta la hora de la entrega… tres días después.

Cuando llegó el llamado de aportar como Alumno Ayudante, de llenar el vacío de profesores con alumnos académicamente aventajados, ahí estuvo Marlon. Se preparó, pero su compromiso y su afán de revolución lo llevaron a otras tareas, su talento de dirigente con su humildad y fraternidad lo llevaron a conformar un batallón de reservistas. Ahí me lo encontré también organizando los planes de aviso en la casa del batallón en el barrio Altagracia.

Esa inolvidable experiencia de ingresar a una Universidad y estrenar una revolución nos dio una increíble voluntad, nos llevó a la heroicidad, a la entrega sin límites a lo que llamamos la mística revolucionaria, el orgullo del sacrificio y la implacabilidad ante lo deshonesto.

Así como hubo un cambio de ideas, hubo por un instante un cambio de actitud, un cambio de ser, algo que elaboradamente se llamó “el hombre Nuevo”. Marlon para los que lo conocimos fue uno de esos. Uno que fue real, no un Mauricio Babilonia seguido por mariposas amarillas, un mito.

Marlon Apolinar Zelaya Cruz murió hace 40 años en Las Tiricias Rio San Juan en un combate con las tropas dirigidas por Edén Pastora.

Publicado originalmente en el perfil de Facebook del Arq. Mario Herrera Aragón el 24 de mayo del 2017

https://www.facebook.com/photo/?fbid=10208428298697229&set=a.1058598437401

 

Mario Herrera Aragón, Arquitecto e Ingeniero Civil, fue Alumno Ayudante y posteriormente Profesor Titular de la entonces Escuela de Arquitectura de la Facultad de Tecnología de la Construcción FTC de la Universidad Nacional de Ingeniería UNI.

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